Recuerdo
que a principios de año hice una lista con los propósitos que tenía para el
nuevo año. En aquel entonces no sabía si lo que ponía en hoja iba a hacerse
realidad y nisiquiera era consciente de que la mayoría de las cosas que me había
propuesto dependían de mi para cumplirse.
Si tuviera
que escoger una palabra para describirme en 2011, ésta sería crecimiento,
desarrollo personal. Me gusta más llamarle crecimiento pues he aprendido que no
puedes subir al piso más alto de un edificio sin antes haber subido todos los
pisos anteriores. No sé si he logrado llegar hasta el piso más alto del
edificio en 2011, pero sé que para allá voy.
He
aprendido que no puedo emprender el viaje sin llevarme a mí misma. Dejé de
escaparme de mí y me quedé mirando lo que era. Me faltaban tantas cosas… y yo
sabía que sin ellas no podía seguir caminando. Noté que llevaba una mochila
pesada y al abrirla me di cuenta de que la mayoría de las cosas no me pertenecían.
Asi qué la dejé allí y escogí lo poco que era mío: un pedazo de motivación,
decisión y esperanza. Y muchos sueños de por medio…
Era tan
pequeña y quería llegar tan lejos. Quería, pues he aprendido que no es
suficiente solamente querer.Es preciso actuar. Lo importante es dar el primer paso, el más
difícil. Pues he caminado… he caminado con miedo, pero en el camino que había
emprendido y en que el estoy también en este momento a miles, millones de pasos
delante, me esperaban. Me esperaban obstáculos que tenía que superar, pero
antes de cada obstáculo, Dios me había dejado un regalo. Y una llave en el
bolsillo.
Una de las
primeras cosas que aprendí es tener fe. La fe mueve montañas. Y Dios está
contigo, sólo necesitas verlo. Sólo necesitas buscarlo. Dios nunca te deja
cuando más lo necesitas.
La segunda
cosa que aprendí es dar amor y recibir amor, pero sobre todo amarme a mi misma,
pues nadie te apreciará ni te amará si tú no lo haces. He aprendido la
importancia de un abrazo y que las palabras se pueden trasmitir a través de la
mirada. A través de los ojos.
El tercer
regalo que recibí fue el aprender a perdonar. Perdonar. Perdonar a los demás y
perdonarme a mi misma, pues a través del perdón se consigue la paz interior y
la libertad del espiritú.
Lo cuarto
que me regalaron es el don de la aceptación. Aceptar lo que no puedo cambiar.
Aceptar lo que no está en mis manos cambiar, pues todo lo que está depende de
mí.
El quinto
regalo que recibí es la valentía. Y para
citar una replica de una de mis películas favoritas: “Lesson five, to be brave,
is complete. “ (Nanny Mc Phee and the Big Bang)
El sexto
paso que dí me enseño a dejar fluir los sentimientos que llevo en el alma
independientemente de si son positivos o negativos. Pues nada se hace en vano, lo positivo se multiplica y sacar lo negativo limpia el alma y aporta tranquilidad.
El septimo paso
que dí es aprender a creer en mí y en mis sueños. Que como he dicho al
principio, sin mí, nada es posible. Y que los sueños se cumplen si realmente
crees en ellos.
Y si creen
que la lista está completa, se equivocan. No se si me alcanzaría un día para
escribirla entera. Hay tantas cosas por
escribir y tantos regalos por compartir. Esos regalos que no se ven, pero se
sienten, que se dan y se reciben. Y todavía falta exponer las cosas que se
pueden ver: las clases de inglés, el viaje a Vatra Dornei, el master que
comencé…
La alegría
se encuentra en las cosas más simples de este mundo. Dísfrutala!
En 2011
volví a nacer.
Gracias a
Dios por ser quien soy hoy, por tener a las personas más queridas a mi lado y
por todo lo que me brinda, por todos los sueños cumplidos este 2011.